La guerra del Pecado
Está escrito que el ángel Inarius, primer padre de la humanidad, vagó durante eones por el mundo, lamentándose de la masacre de sus compañeros ángeles y demonios a manos de su amante, Lilith. (En el evento conocido como la Purga )
Inarius observó a la humanidad. Nos vio enfrentarnos a toda clase de desafíos y superar mil obstáculos. Algunos sugieren que Inarius se puso del bando de los mortales porque, al contrario que otros de nuestros ancestros, no nos consideraba una amenaza.
También se dice que, cuando Inarius supo de la existencia de la Tríade, reconoció inmediatamente la mano de los demonios mayores, y temió por su propia seguridad y por la de sus hijos adoptivos si los cielos llegaban a enterarse de la existencia de la humanidad.
Los escritos cuentan que Inarius creó su propia religión para contrarrestar la influencia de la Tríade. Tomando el manto del Profeta, Inarius fundó un credo basado en la tolerancia, la cooperación y la unidad. Su catedral de la Luz era el faro de la doctrina amasando fama por su joven perfección física y ampliando la influencia de la Iglesia mediante poderes angélicos de persuasión. Al poco tiempo, la Tríade y la Catedral de la Luz dominaban gran parte de las tierras orientales.
Sin duda la fundación de la Catedral de la Luz fue el detonante de la Guerra del Pecado.
En un principio, la Guerra del Pecado no se disputó en los campos de batalla, sino que comenzó en una disputa entre Tríade y la Catedral de la Luz por los corazones y mentes de la humanidad.
Agentes de ambas religiones llevaron su mensaje al pueblo. Establecieron la base de su poder, construyeron monumentos y se ganaron la lealtad absoluta de sus fieles suplicantes.
En el fragor de la batalla por la supremacía surgió un humano, Uldyssian, un hombre que rompería el ciclo al desafiar a ambas religiones, lo que precipitó el final de la guerra del pecado con una serie de extraordinarios sucesos que sacudieron los cimientos de los cielos y los infiernos.
La historia de Uldyssian dió comienzo en su hogar, un pequeño pueblo en el que vivía junto a su hermano pequeño, Medeln, y algunos amigos. Fue allí donde Uldyssian manifestó sus poderes Nephalem al defender a una mujer llamada Lylia de un sacerdote de la Catedral de la Luz.
Uldyssian descubrió que tenía la capacidad de despertar los poderes Nephalem de los demás. Viajó de pueblo en pueblo, demostrando a todo el mundo que no necesitaban ni a la Tríade ni al Profeta de la Catedral de la Luz. A medida que los poderes de Uldyssian evolucionaban, aumentaban también los poderes de su familia, amigos y seguidores, que recibirían el nombre de edyrem, o “los que pueden ver”.
Convertido en el azote de la Tríade y la Catedral de la Luz, Uldyssian cultivó y entrenó sus poderes. Su fuerza aumentó de tal forma que sus habilidades pronto superaron ampliamente las de cualquier otro humano.
Lylia, sin embargo, resultó ser en realidad Lilith, hija de Mefisto, que había regresado de su exilio. Lilith fue quien despertó los poderes Nephalem de Uldyssian . Su objetivo era dar poder a los mortales para que expulsaran a Inarius y a los Infiernos Abrasadores de Santuario, y no le importaba sacrificar vidas humanas en el proceso. Una vez revelada su verdadera identidad, Lilith desapareció de nuevo, aunque reapareció en varios puntos de la guerra para atormentar a Uldyssian.


En esa época, el enfrentamiento entre las fuerzas de la Tríade y los edyrem de Uldyssian se recrudeció, y no tardó en hacerse evidente que la Tríade estaba bajo influencia demoníaca. Uldyssian declaró la guerra a la Tríade, destruyó sus iglesias y diezmó sus ejércitos sagrados.
Tengamos en cuenta que el mortal Uldyssian logró poner fin a la guerra. La humanidad, y no los ángeles o los demonios, salió victoriosa de la Guerra del Pecado.
Uldyssian no tardó en enterarse de la existencia de la piedra del mundo y logró algo impensable: alteró la sincronía de la piedra para aumentar el poder de sus edyrem. Seguidamente, los edyrem atacaron a Inarius. La batalla entre los mortales y las tropas de Inarius hizo temblar los cimientos de nuestro mundo.
Se dice que Inarius vio que podía perder la batalla contra Uldyssian , y le entró pánico. Comprendió lo equivocado que estaba respecto a la debilidad de la humanidad, y temió que los humanos fueran incluso más peligrosos que los antiguos.
Fue entonces cuando Tyrael en persona intervino, reaccionando ante la supuesta injusticia que Uldyssian había cometido contra Inarius. Tyrael invocó a la hueste angélica de los Altos Cielos, y cientos de ángeles cayeron sobre Santuario. Sin embargo, y para sorpresa de todos, el suelo entró en erupción cuando los Infiernos Abrasadores se unieron a la contienda. Los temores de Inarius y Lilith se hicieron realidad: el Conflicto Eterno se había extendido al mundo de los hombres.
Uldyssian desencadenó todo su poder, liberando en el proceso una cantidad imposible de energía que obligó a las tropas de los cielos y los infiernos a regresar a sus respectivos dominios. De esta forma, demostró de forma inequívoca que la humanidad era capaz de alterar el tejido mismo del universo.


Uldyssian comprendió que su poder y el de sus edyrem estaba desgarrando Santuario. Demasiado poder en muy poco tiempo. Ya casi no era él mismo, y sentía como sus atributos Nephalem consumían su humanidad. Entonces entendió que el poder Nephalem podía hacerle lo mismo a la humanidad entera.
Y así, con un sacrificio completamente altruista y desinteresado -prueba de que aún le quedaba algún retazo de humanidad-, Uldyssian absorbió toda la energía y la liberó una última vez, de golpe. La detonación energética negó su propio ser.
Los libros de Kalan sugieren que el sacrificio de Uldyssian cubrió la Piedra del Mundo de energía, reiniciándola, lo que después selló a sus seguidores de sus poderes Nephalem. Así fue como Uldyssian escogió la humanidad antes que la divinidad, y sacrificó su vida por la supervivencia de los mortales.
Imagino que, a la luz de estos increíbles acontecimientos, los Infiernos Abrasadores se envalentonaron cuando descubrieron que sus sospechas sobre el potencial de la humanidad se había hecho realidad.
En cuanto a los ángeles, se dice que el consejo de Angiris votó para decidir si la humanidad debía seguir existiendo. Al parecer, Imperius votó a favor de la destrucción de nuestra raza. Malthael se abstuvo, mientras que Auriel e Itherael votaron en nuestro favor. Imperius confiaba en que Tyrael votaría a favor del exterminio de la humanidad, y sabía que, aunque la deliberación terminaría en un empate, la humanidad sería erradicada.
El arcángel Tyrael tenía la responsabilidad de emitir el voto decisivo, y fue en aquel momento cuando Tyrael cambió su rígido punto de vista. Desde el heroico sacrificio de Uldyssian -un acto sin duda muy humano-, Tyrael se sentía fascinado por el corazón de los hombres, y había llegado a la conclusión de que quizá no sólo las leyes definían el universo. Tyrael vio que la humanidad podía caer en la ruina absoluta, pero también tenía la esperanza de que nos convertiríamos en lo que muchos ángeles deseaban ser.
Y así fue como el arcángel de la justicia votó a favor de salvar la humanidad.


Ahora que la humanidad tenía su existencia asegurada, se estableció una tregua entre el consejo de Angiris y los señores de los Infiernos Abrasadores. Como condición de dicha tregua, Inarius fue entregado a los demonios para ser mutilado y torturado por toda la eternidad.
En cuanto a los edyrem, está escrito que los ángeles borraron de sus mentes todo recuerdo de los acontecimientos en cuestión. Olvidaron sus poderes Nephalem, y sus vidas mortales volvieron a una supuesta normalidad.
¿Y qué fue de Lilith? Algunos escribas insinúan que, al principio del conflicto, antes de que el Profeta y Uldyssian se enfrentaran, Inarius desterró de nuevo a Lilith. No se conserva testimonio alguno de que haya vuelto a intervenir en los asuntos de los mortales.
Aunque la Guerra del Pecado se desvaneció lentamente las páginas de la historia, su importancia es clave, ya que nos recuerda el poder que los seres humanos portamos en nuestro interior: Además, tengo el convencimiento de que la guerra aún está muy presente en nuestros días.
-Libro de Caín-